Lima, un valle milenario

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Taulichusco, cacique de Lima. A la llegada de los españoles, el valle de Lima era regido por un cacique, criado de la nobleza inca.

Imaginar la ciudad de Lima, capital caótica, desordenada y gris que atraviesa –al mismo tiempo un sinnúmero de cambios, como un valle fresco y frondoso tal como la describen algunos cronistas coloniales nos resulta casi imposible: “Era un vergel por la cantidad de árboles que había, tanto ornamentales como frutales”, dice la historiadora María Rostworowsky.

Sin embargo, en el siglo XVI, cuando el cacique llamado Taulichusco era el señor de las tierras que conforman nuestra capital, esta geografía era, en palabras del historiador Raúl Porras Barrenechea, el “triunfo de una técnica agrícola avezada a luchar contra el desierto; el cuadro doméstico de plantas y animales, que el aluvión español modificará sustancialmente; algunas formas de edificación que podrían normar una arquitectura del arenal peruano y el nombre de Lima que tiene ‘sabor de mujer y de fruta’, según Marañón, y que venció con su entraña quechua inarrancable, a la denominación barroca de Ciudad de los Reyes. Es el río Rímac, torrentoso, voluble y desigual, innavegable y huérfano de transportes, desconocedor del papel unificador de los cursos fluviales, camino frustrado, carente de paisaje y de alma, pero obrero silencioso en la fecundación de la tierra y creador oculto de fuerza motriz”. Así era el cacicazgo de Lima cuando Taulichusco, el señor principal de estas tierras, un yanacón (criado) de Mama Vilo mujer secundaria de Huayna Capac–, recibió a Pizarro a inicios del siglo XVI. Era una Lima de raíz india, como dice Porras Barrenechea. El valle llegaba por el sur hasta lo que es hoy Armendáriz, por el interior hasta los caseríos menores de Late, Puruchuco, Pariache y Guamchiguaylas, y desde el puerto de mar de Maranga hasta el valle de Chillón. Taulichusco fue sucedido por su hijo Guachuimano y a este lo siguió su hermano don Gonzalo, quien vivía en el pueblo de la Magdalena. Mientras tanto, todos eran testigos de cómo la Lima del caciqule Taulichusco iba perdiendo el paisaje y la magia de sus territorios ancestrales, como lo ilustró tempranamente Guamán Poma de Ayala.

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